martes, 29 de abril de 2008

El reloj


Durante toda mi vida me he sentido atraído por el misterioso artilugio medidor del tiempo. Para eso dicen que se inventó.
No sé si el inventor o los diseñadores lo hicieron como para demostrar que el tiempo no para, y así, hacer ver al mundo que la tecnología no tiene límites. O si lo hicieron para retener, momentáneamente ese tiempo que se va, que se pierde, que algunos dicen que es oro, y que hay que aprovecharlo como el metal mas preciado.
No sé que será, pero a mi personalmente, el invento, ha hecho que en mas de una ocasión me colorearan la cara. Amigos y compañeros de trabajo me han restregado habitualmente sus pulseras brillantes o no, recordándome mi falta de puntualidad.
Está claro que para subir al escenario diario de nuestras costumbres sociales, además de ser puntual, hay que ser propietario de uno de estas encantadoras maquinitas. Otras veces no tan encantadoras. Esto ya lo explicó Albert Eistein.
Hoy los relojes han pasado a ser, además, símbolos de verdadera apariencia, de poder, de ayuda al culto de la moda, y consecuentemente de dosis de estupidez en mas de alguno, que sólo lo lleva por esnobismo. En muchas personas se les ha desarrollado un cierto “tic” en le brazo que adorna el reloj de pulsera, bien sea el izquierdo o el derecho, dependiendo si son prole o aristócratas. Estos últimos se lo enroscan en el derecho, fijaros bien y veréis como el Rey, su hijo el príncipe, su yerno Urdangarin, y el cubano Dinio, lo llevan en ese brazo. Los demás lo llevamos colgado o amarrado del brazo izquierdo. Zurdos o no.
Ese “tic” no es ni mas ni menos, (ellos dicen que es para que caiga en el mejor sitio de la muñeca), para llamarnos la atención a los que estamos enfrente, de que su reloj es mas caro que el nuestro, o que es de tal o cual marca. Esa es su preocupación, no la mía.
Otros en cambio, hemos desarrollado un sentido, que no un “tic”, de saber mirar al reloj del de enfrente, y mirar la hora en su reloj, cosa no muy fácil, que hace que no molestes a tu contertuliano si en su caso mirásemos el nuestro propio.
Mirar el reloj propio es signo de preocupación y de interés por algo concreto en un momento dado. Mirarlo delante de tu amigo, de tu cliente, de tu esposa o de tu confesor, es dar a entender que estas hasta los cojones de aguantar un minuto mas al que tienes enfrente.
Todo lo dicho, total para contaros que acabo de comprar mi primer reloj usado. Si, como vulgarmente decimos, y viene al caso, de segunda mano.
He comprado un reloj a un señor argentino. Un relojero del mismo Buenos Aires. No lo he conocido ni en fotografía, pero nuestro contacto, a través de Internet ha sido de una exquisitez fuera de lo común.
Conrado Luís, que así se llama, mi ya amigo argentino, debe rondar los que sean años, pero una edad ya madura, siempre según mi imaginación.
Un relojero de verdad, de los auténticos, coleccionista, amante hasta de las piezas que engranan la maquinaria de tan perfecto invento. Conocedor de las numeraciones de esas piezas, y de todas las funciones que cada una desarrolla para que la hora que nos da el resto de la cajita con sus manecillas, sea la mas perfecta y escandalosa certeza de que has hecho tarde a una reunión o a comprar el pan.
Impresionante. Conrado Luís es aquella persona que no creo que le importe ganar mas o menos en una venta de sus coleccionadas maquinitas, sino que es aquella persona que te hace feliz explicándote los pormenores de lo que realmente le apasiona.
Lo imagino como el librero en su librería, rodeado de libros antiguos, polvorientos, pero llenos de sabiduría. Libros a los que limpia el tiempo de una manera que el comprador siempre se lleva consigo el paso del tiempo con el libro elegido.
De alguna manera, un reloj y un libro tienen mucho que ver. Especialmente si lo compras no a un comerciante, sino a un enamorado de esas piezas.
Notarialmente, Conrado Luís me ha vendido, y yo Andreu le he comprado, un reloj de una marca para mi desconocida hasta ayer. Es un reloj fabricado en los años 40’ al que se le nota el apasionado decoro de su coleccionista. Es un reloj que ha sido limpiado con cariño, pero indudablemente, al que no se le puede esconder el paso del tiempo.
Es un reloj que en sus mas de setenta años de existencia debe de haber trabajado mucho. Habrá dado tanta y tanta información.
¿Quién sabe?
Mas de una lagrima habrá caído sobre su cristal de aquella persona, su propietario, que un día vio como le cerraban la puerta del salón, donde aprendía a bailar el tango y la academia ya estaba repleta de aprendices.
O aquella hora que un día dio a su dueño indicándole en que momento de la historia había nacido su primer hijo.
Y el trabajo que tuvieron que hacer las ya cansadas manecillas de este reloj aquel día que Boca le ganaba a River por 3 goles a dos y River a puntito de marcar su tercero.
O la mirada de reloj en el minuto oportuno en que el glorioso Dieguito Maradona marcaba el gol de Dios.
Quien sabrá cuantas veces fue mirada esta esfera la tarde en que Argentina se proclamó campeona del Mundo de Fútbol, disfrutando de la maestría de las botas de Marito Kempes.
Quien sabe si la noche anterior de aquella final, su propietario vio pasar las horas en una comisaría, por ser contrario al gobierno dictatorial del peor de los asesinos del cono sur americano, el dictador y golpista Jorge Videla.
Quizá, aquella noche le robaron el reloj, y el tiempo sólo discurría para su propietario contando las palizas que le dieron. O contando las gotas de agua que cierto martirio chino aplicaban aquellos asquerosos y asesinos militares.
Quien sabe si el reloj paso a manos de un padre que no era padre, y que lo fue gracias a ser amigo de un militar que le hizo propietario de un bebé robado a una estudiante de Filosofía y Letras, que fue tirada al océano en los famosos “vuelos de la muerte”.
Dios, prefiero pensar que esta transacción ha sido fruto de una necesidad, promovida por la depresión económica vivida en los últimos años en Argentina, y que cuando eso pasa, las personas nos deshacemos de todo lo que podemos por un bocadillo, o un vaso de leche.
Sea lo que sea, voy a custodiar esta joyita como lo que es, sólo eso, tiempo. Bueno, mejor dicho, historia.
Hoy los relojes se hacen para que duren como mucho un año, a lo sumo dos. Al paso de ese tiempo ya nos gusta otro tipo de modelo, porque el anterior ya no se lleva, hay alguien que se encarga para que los relojes no sean tiempo, no sean historia. Y los de ahora, nuevos, acaban en un cajón amontonados, simplemente porque ya no están a la moda.
Que sabio, el famoso publicista de la firma Benetton cuando dijo que,
“las personas occidentales moriremos vestidos a la última moda, pero moriremos idiotizados”
Bueno, amigo Conrado Luís, ha sido un placer conocerte, y otro muy grande empezar a disfrutar de la joyita que me has vendido, y que yo te he comprado. Pero quiero que sepas, que este Delbama, que así es su nombre, sólo lo luciré los domingos, y sólo los domingos, para que las miradas hacia sus manecillas, hacia su cansada e histórica esfera sean de gratitud, de armonía, y de tranquilidad con el paso del tiempo.
Buenas tardes amigos míos, me voy corriendo a comer, que son las cuatro de la tarde.
Con afecto
Andreu Fos