lunes, 30 de abril de 2012

Niños + moteros

Es viernes, entrando en la tarde. El cincuentón arrima los papelotes en su despacho. Ya está todo hecho, la semana laboral se acerca a su fin. El trabajo de un banco en estos tiempos agrede corazones, cerebros y la piel de sus trabajadores. Pero el telón está a punto de caer, y los artistas abandonan el escenario. Nadie les aplaude. Pero es igual, los cinco intensos días en el altar de las vanidades acaba.

El veterano de la banca cierra la puerta y se despide de sus compañeras. La esquina será otra en este fin de semana con el banco cerrado. Los clientes sólo hablaran con un cajero automático. Unos le escupirán de rabia por no dispensarles los papeles preciados, otros con la nómina ya abonada los atraparan y los gastaran en la orgía de lo que yo llamo “la cultura del fin de semana”.

 Ella tiene doce años. ¿Es bonita?, ¿es divertida? ¿está triste?, ¿está cansada?, y ¿a quien le importa?. Ha leído mucho, pero no ha escrito lo que quisieran sus maestras, sus responsables. Las matemáticas no le gustan. Le gustan los cuentos y el deporte, jugar y coquetear. Le encantaría disponer de un vestido, y quien sabe, a lo mejor quitarle a escondidas el pintalabios a su madre, pintarrajearse ojos y “morros”, y salir a la calle a presumir ante el chico de la edad del pavo. Pero le cuesta, es difícil para una niña internada en un Centro Social para niños y niñas sin papás. Pero ¿y a quien le importa? , no se sabe.

Unas personas se responsabilizan de unos pequeños seres, niños y niñas, y algunos no tan pequeños, que les falta algo tan esencial como el cariño. Pero el cariño de un padre, el cariño de una madre. Para ella también se le acabó la semana de trabajos, y un fin de semana le espera, aunque sólo sea para cambiar de rutina e ir a un parque, o un cine. ¿Quién sabe? Donde puedan sus cuidadoras, o ¿he de decir sus responsables?.

Como sea. La merienda cena está a punto y un sábado y un domingo están ahí. Aunque ella no abandona ningún escenario, a ella no se le baja el telón. Siempre lo tendrá subido. Mejor. Ha de aprender a actuar, este mundo quiere buenos actores, actores de buenas obras. Obras que arranquen los aplausos del mundo. Los niños aprenden. Los adultos lo desean. A sus más de cincuenta, le espera esta tarde un esfuerzo deportivo. Jugar a futbol para él puede pasar de ser de una diversión a un conclave de juglares fumando opio.

El cansancio dos horas mas tarde del partido está servido, y tras el baño y el refresco encamina hacia su casa a tumbarse en un viejo sofá que ya hace tiempo dibuja su silueta. Mozart lo ha relajado, pero sólo de cerebro, sus viejos tendones y sus cansadas extremidades no le ayudan a separarse del camastro. Sólo los acordes de Queen que con su “Bohemian Rhapsody” sustituye a la “Sinfonia 41” del gran maestro, hace que el vejestorio despojado de sus atuendos, se pasee por el garaje y observe de reojo la montura de mil seiscientos c.c. con sus cromados relucientes. Recuerda que su grupo de hermanos moteros lo esperan, y una noche mágica de rock y olor a gasofa quemada y subida de decibelios lo empuja hacia la calle.

Botas, cinto, jeans, y chupa de viejo cuero acaban de desterrar a un sornoso traje, camisa blanca, y una corbata que mantiene el nudo desde hace ya más de un año. Comienza un ritual extraordinario, y atrás quedó olvidado la nave con todo lo relacionado con la banca. Tan olvidado y separado, que recuerda a “2001, Una odisea en el espacio”.

El bramido de la Harley hace que la puerta del garaje se eleve lo suficiente para salir rampa arriba. Es salida nocturna y el grupo empapa unos perritos calientes con el preciado caldo que proviene de la cebada. Ella no quisiera dormir, pero después de unos juegos, un poco de tele, el sueño se apodera de la niña, y a las ordenes de su responsable cae rendida en los brazos de Morfeo. Que descanse, que lo haga. Mañana es Sábado. Después de la primera parada, y hecho el grupo mas grande, los moteros van creciendo así, poco a poco, el viejo rufián sigue con su montura entre sus hermanos de caballeresco metal. Un nuevo bar para ellos, una plazoleta para sus mecánicas bestias. Relucientes unas, negras otras, pero HD todas ellas.

Llegan despacio otros hermanos de bujías y cilindros, se apalancan y no mas de otra cerveza será el tiempo que un mayor grupo de moteros se enfilarán calles y ramblas abajo. Sí, porque los moteros no miden el tiempo con el reloj, lo miden con lo que tardan en tomar una buena “birra”.

Ella duerme. La niña está dormida. La niña está soñando. ¿En que sueña la niña? La noche es larga, pero ella no lo sabe. Mientras duerme no sufre, no echa de menos a nadie, no llora, no está triste. No escucha de nadie que ha de hacer esto o ha de hacer aquello. Está en un paraíso, tal vez vacío, tal vez lleno. Vacío o lleno de ilusiones, de juegos, de risas, de chucherías. Vacío o lleno de cariño, de amor, de amigos, de diversión, de leer , de pintar. Vacio o lleno de interpretar, de mentir, o de decir la verdad. ¿Cómo será el paraíso de la niña?

 El grupo de hermanos en las dos ruedas, cabalga y cabalga, calles abajo. Luces de neón o no, hace que paren a la puerta de un antro perplejo, y lleno de curiosos por ver como entran unas Harley’s dentro de aquel local poco acostumbrado a recibir tan bellas bestias. La mayor parte de hierros quedan aparcados fuera del local. Las puertas se abren al paso de los “Caballeros Bienhechores”, que tres o cuatro barras de despacho de cerveza les hará refrescar el gaznate. Se espera una larga y apasionada noche. Rock o no recorrerá el sentido de la audición de los nobles moteros. Las “birras” y “wiskises” alteraran el orden de las neuronas de los caballeros de metal. Y el ritmo hará que los átomos y moléculas inviten a un viejo cuerpo a saltar por los aires de un local que zumba música de los Stones.

Encantadoras señoras y señoritas toman fotos de los uniformados moteros. Hierve el espectáculo, y los ojos profanos se fijan en los parches de los chalecos de los divertidos rockeros. La noche avanza hacia el orto del sol. El cansancio hace mella en alguno de los del grupo, pero mañana es sábado y para el descanso se hizo ese dia. Las operaciones bancarias han quedado tan lejos, que el bancario ni por mucho que se esforzara sería capaz de encontrar, o mejor, ni de recordar. Ni ganas que tiene tampoco. Los agujeros negros del espacio las han absorbido.

 La niña duerme placenteramente. Ya ha soñado todo lo soñable a su edad. Ahora a estas alturas del nuevo día ya es reposo lo que siente. El sábado está ahí, descorchado desde medianoche, pero no será comenzado a absorber por la niña hasta eso de las diez de la mañana.

Todo un día precioso por delante. Precioso porque el sol reinará, y tal vez la niña vaya a la playa o salga al parque con sus responsables de su cuidado.

El vejestorio yace tumbado sobre el viejo sofá. Tal como vino de aquel antro se tiró sobre su viejo amigo, el sofá de pensar. Un tomo de los cuentos completos de Edgar Allan Poe ha quedado bajo de su trastornada cabeza. La punta de la esquina derecha de “Dublineses” de James Joyce se le clava en la zona lumbar. Pero ese dolor no le molesta, y si le molesta se jode, con perdón.

El muslo de la pierna derecha arruga las páginas centrales de un curioso estudio de la historia de “Los cátaros, del rigor a la pureza” de Urbain Faligot. Y cuando los primeros rayos de sol entran por la ventana, una de sus dos manos atrapa Como el que no quiere la cosa “El cantar de los cantares o los aromas del amor”, la mejor de las escrituras para protegerse de una luz molesta.

 La niña merienda placenteramente, disfruta de la compañía de sus amigos i amigas.