sábado, 4 de febrero de 2012

LOS CULPABLES

Queridos amigos y lectores todos, (unos cuatro o cinco):

Sin pedirle permiso a mi buen amigo Josep Franco, le he traducido al español lo de mas abajo.
Con el título "Los culpables", Josep desde el periodico "Levante" de València, nos dice muy claramente quienes son los culpables de todo. Pero también nos dice quienes son los acusadores de esos culpables.
Al mismo tiempo me demuestra que ya se ha terminado el último de Umberto Eco, yo aún voy por la mitad, poco mas o menos.
Si a mi amigo no le gusta la traducción que le he hecho, lo siento, pago próxima comida. Bueno, lo dejamos en par de copas. Por si nos acusan de comer.

Si alguien quiere leer el artículo original no tiene mas que pinchar aquí:

http://www.linformatiu.com/opinio/detalle/articulo/els-culpables/





Desde la noche de los tiempos, cuando el poder se siente amenazado, la reacción más inmediata es buscar un culpable. O, mejor dicho, cuando las minorías instaladas en el poder corren el riesgo de perder sus privilegios, necesitan señalar un enemigo capaz de generar la esperanza de una victoria entre los súbditos descontentos.

La historia nos enseña que todos los desastres que han trastornado la humanidad tienen un culpable. Los judíos se llevan la palma, por supuesto; pero los herejes humanistas o los moriscos valencianos también ocupan un lugar de honor en la lista de víctimas propicias.

Franco y sus secuaces culpaban a los masones y los comunistas de los males que carcomían los fundamentos de la patria.

Sin salir de casa, durante la Batalla de Valencia, cuando el difunto Manuel Fraga –muchos años por delante de nosotros que vaya!– mandaba de las calles, los culpables de todas las desgracias de los valencianos, para resumir, éramos los catalanistas.

Y en el siglo actual, los intentos de culpar a los musulmanes de todos los males que afectan al planeta son bien recientes, aunque la memoria popular es frágil y, ahora mismo, recuerda más las “primaveras árabes” que no los terroristas que se escondían en cuevas remotas.

Ahora, cuando el sistema nota que el agua le llega al cuello, los detectores de culpables señalan a los funcionarios. No a los acaparadores de capital, ni a los gestores que han mal gastado el dinero de todos, ni a los defraudadores que han minado los fundamentos de los servicios públicos.

Hay que castigar a los maestros, los médicos, los investigadores, los farmacéuticos, a los enterradores, los guardias civiles, los bomberos, los auxiliares de enfermería, los asistentes sociales, los bibliotecarios, los abogados de oficio...

Justamente los únicos que, cuando era habitual vivir “por encima de nuestras posibilidades”, nunca hemos cobrado ni un céntimo en negro y siempre hemos pagado religiosamente nuestros impuestos.

Los únicos que, de una manera más o menos consciente, nos encargamos de perpetuar o defender los valores que se supone que caracterizan las sociedades avanzadas y democráticas: la aplicación de la ley, la protección de los más débiles, la igualdad, el progreso, la seguridad, la salud o la educación.

Es natural, por lo tanto, que salvo las distancias que haya que salvar, los acusados recordamos el sermón famoso que pronunció el padre Martin Niemöller la Semana Santa del año 1946. Aquel que dice que cuando los nazis fueron a por los comunistas, los socialdemócratas, los sindicalistas y los judíos, él no protestó porque no era nada de todo aquello, pero que, cuando fueron a por él, ya no había nadie que pudiera protestar.

Los culpables que el poder señala ahora no tenemos tanta cohesión identitaria como los judíos –ni tanto dinero como los judíos ricos – , ni disponemos de los recursos naturales que controlan los árabes acusados de terroristas.

Sólo tenemos una arma que no nos podrán quitar nunca: nuestra dignidad, nuestra responsabilidad, nuestra convicción que nosotros sí que somos útiles a la sociedad porque enseñamos, protegemos, sanamos o enterramos a la gente que lo necesita.

Y, en cuanto que servidores públicos, somos los únicos que podemos comunicar personalmente a los súbditos indignados, que también nos acusan, que detrás de nosotros irán ellos y que una protesta, ahora, nos evitará más de un lamento en el futuro.

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