martes, 19 de febrero de 2008

LOS PUNTOS Y LA MADRE QUE LOS PARIÓ


Resulta que, se invente lo que se invente, el tráfico cada vez está más descontrolado.
Se amenace de alguna manera, como puntos, comas, o penas de cárcel, el animal de la carretera siempre tiene que existir. Y esto, la verdad, es que no tiene solución. Porque conducir es algo que halaga tanto al humanoide, que dependiendo de su personalidad, o de la mala leche con que se ha levantado ese día, que es capaz de hacer una o varias barbaridades en la carretera, y la mayoría de los casos, sin premeditación pero con alevosía.
Le da por ahí de repente, y cruza un semáforo en rojo, pero él no lo había planeado. Simplemente le sale.
Anoche, la noche de San Joan, después de mojarnos los pies en la fresca agua atlántica, mi hija y yo decidimos ir al cine. A ella no le encanta mucho conducir sin la luz del bello astro. Tampoco le gusta conducir mucho conmigo, ya saben. A ella creo que no le gusta conducir aún. Pero francamente, he de decir, y que no me oiga, que realmente conduce muy bien, y muy responsablemente. Además de lo dicho, un servidor, tiene desde no hace mucho, el permiso de conducir vencido, por lo que estoy en trámites de renovación, y por esto decidimos que condujera ella.
A la entrada de la ciudad, y enfilando hacia la caverna, que es del gran centro comercial donde se ubican hoy la mayoría de los cines, la avenida se encuentra partida en dos partes, y dividida por dos rallas continuas que en teoría no permite cruzarlas para entrar al garaje del centro. De repente y como que no llevábamos el tiempo muy a nuestro favor, le dije a la bella choferesa, - ¡dale!, ¡cruza ahora que no nos ve nadie y entramos antes en el aparcamiento!-. Aquel imperativo, implicaba hacer una maniobra prohibida, y penalizada en la resta de varios puntos. Mi hija, me lo recordó, y con un grito de no querer, obedeció a la primera, no se sabe porqué. O sí.
Aparcamos y nos fuimos a ver la película sin más. Evidentemente que yo conozco lo que supone perder puntos, y que cada vez te queden menos para que te quiten el permiso. Yo y todo el mundo. Pero por lo visto es innato en el ser humano revelarse de alguna manera ante la autoridad competente. Y lo jodido del caso es que sea en la carretera, o en una calle de la ciudad, siempre puede pasar una desgracia, a uno mismo, o a alguien que pasaba por allí y no tenia nada que ver.
El gobierno, creo recordar que ha copiado lo de los puntos del país vecino, bueno, vecino si viviera en mi país. Vamos de “Gavachilandia”. Yo no se como les irá, o como les fue tras la implantación de la resta de puntos, pero en lo que va de puntos en el “Ruedo Ibérico”, creo que no ha mejorado gran cosa, es más, creo que ha empeorado.
Los mediterráneos, y las personas del interior, aquí debajo de los Pirineos, nos gusta mucho el morbo, la acción, la rebeldía, y el valencianismo, “pensat i fet”, (dicho y hecho). Por lo cual creo, que la medida no va a tener el éxito que parecía.
Miren, el tema de los puntos es algo que, como previamente te regalan una dotación de ellos, creo que una docena, sicológicamente parece que no te los has ganado, y por tanto, se tenía que haber pensado que el español medio no ahorra nada, y mucho menos lo que se encuentra, o lo que roba. Se lo gasta todo. Otra cosa será el español alto. Éste, acumula y acumula de todo, tanto que siempre tiene para dar o vender. Mas lo último que lo primero.
Recuerdo, a propósito de los puntos, que los salesianos lo sabían hacer mucho mejor, siempre a su favor, y en contra de nosotros, los alumnos. A su favor, porque aquellos puntos negativos para nosotros, eran positivos para ellos, y porque ellos, creo, disfrutaban viendo sufrir a los niños, porque nos jodían las tardes de los sábados y las mañanas de los domingos de castigo.
Aquellos desalmados, que para castigar y torturar niños física y sicológicamente eran los mejores, inventaron la pena de la acumulación de puntos, la verdad que no eran rojos, los puntos, pero si negros. Al fin y al cabo es lo mismo, el color siempre esta en la pena, y ellos se consideraban muy arios y amaban los ojos azules y los cabellos rubios.
A lo que vamos. Durante la semana hablar en la fila para salir al patio, era un punto negro. Llegar tarde a clase era un punto negro. Mover la boca sin rezar en las oraciones, otro punto negro. Reírse en misa, un punto negro. Si la rodilla no tocaba el suelo cuando levantaban “Dios sabe que”, otro punto negro y campanazo en la cabeza con su derramamiento de sangre incluido. No se porqué coño pegarían tanto a la cabeza y con objetos punzantes y contundentes, aunque algunos o “algunas”, se limitaban a pegar una o varias palmaditas en el trasero como castigo. La verdad era que cuando acumulabas tres puntos negros, el sábado por la tarde estabas castigado hasta las ocho o las nueve de la noche. Ah! Claro que entonces los sábados por la mañana se iba al colegio y había clase. Por eso, esa mañana no la tenían para castigar. Pero si acumulabas cinco puntos negros, entonces lo jodido era que estabas castigado el sábado por la tarde, el domingo por la mañana, y en algunas ocasiones el domingo por la tarde.
Los castigos para niños entre diez y dieciséis años, consistían en pasarse el tiempo en la clase estudiando, o a veces descojonándose de la risa del “Pare Toni” viejo cascarrabias que generalmente era el que nos cuidaba, y que sus anchas y descomunales sotanas eran capaces de albergar bocadillos de pan “Viena” con mezcla incluida, reglas, compases, sacapuntas, y estampitas de San Juan Bosco. Lo primero era atrapado al enemigo, o sea, a los alumnos, para después comerciar entre ellos. Las estampitas las tenían para repartir a los niños malos obligándoles así a rezar al santo desde más cerca. Pero muy de vez en cuando, se personaba aquel jefe de la SS, el Jefe de estudios, un personaje tétrico y malvado, homosexual hasta la médula, pero con muchas dotes de mando nazinivelungo. Era el famoso “Chino”, Don Juan Ramón era un personaje muy alto, corpulento, con la cabeza pequeña, y los ojos achinados, tez amarillenta y sonrisa nauseabunda. Sacaba de la clase de los castigados, a cinco o seis niños, y se los llevaba al campo de deportes, mas bien de sufrimiento y exterminio, que no era más que un solar cutre entonces, y les o nos, hacían recoger quinientas, setecientas cincuenta, o mil piedras de un campo de fútbol imaginario, del que salías de tierra y polvo hasta las cejas, y de donde acababamos con los dedos ensangrentados.
El ser humano es de tal manera, que incluso en el castigo, nos reímos, con lo que siempre estamos arriesgando. Nos gusta el riesgo. Y nos arriesgamos a cambiar de carril en ralla continua, nos arriesgamos a ir a mayor velocidad de la permitida, le sacamos el dedo a quien nos dice lo contrario, y nos pegamos al coche de delante mucho mas de lo permitido, o se lanza el cigarrillo encendido por la ventanilla.
Nos reíamos en misa, hablabamos en la fila, comíamos en clase, y le pegabamos cachetes al compañero de clase que atendía entupidamente, haciéndose pasar por niño bueno.
Somos anti ley, y nos gusta defraudar al legislador, no porque nos beneficiamos, sino porque vulneramos la norma, lo establecido. Los puntos, tanto si nos los dan como si nos los quitan, no harán de esto, ni un mundo mejor, ni una circulación adecuada.
Ahora va y resulta que nos quieren poner capillitas en la autopista para que paremos a rezar, y nos arrepintamos “in situ” de las barbaridades cometidas en los últimos diez kilómetros. Pero ni eso. Somos rebeldes.
Fumar y comer pipas, o grabar la película en el cine para echarla al emule, es lo que mas nos libera, y aún más, nos reconforta. Agarrarnos a un volante, acelerar, matar marcianitos, o hacer zaping desde el sofá, nos hace mas libres. Y por eso somos como somos, ilegales.
Que el que haga las normas, cumpla antes con las leyes, y antes de prohibir lo improhibible, que reflexione. Ya que, y me pregunto, ¿por qué los coches no salen de la fábrica con la velocidad controlada para que por mucho que aceleres, nunca pases de ciento veinte?No se sabe porqué, pero eso técnicamente es posible.¿Será por qué no venderían tantos coches?, o ¿será por qué se trucarían más aún en los talleres clandestinos semejantes máquinas?
Es como todo, “ellos” tiene la solución, y no la aplican. Se diviertes con nosotros.“Ellos” tienen el SIDA controlado, pero no les interesa comercializar el medicamento final. “Ellos” tienen la paz mundial en sus manos, y no la aplican, porque no venderían las armas que fabrican. Nosotros tenemos el petróleo y “ellos” nos lo venden. Nosotros no queremos trabajar, y “ellos” nos obligan a hacerlo. “Ellos” tienen el dinero, pero no la gloria. Nosotros tenemos la razón, pero “ellos” la fuerza. Aunque “ellos” no saben, que nosotros sabemos que no nos uniremos en su contra. Una lástima.
El intelecto de los humanos siempre está en marcha, y por eso se parieron canciones como “Waiting for the sun” o “People are strange”, ambas de Jim Morrison, (The Doors). La última nos viene como "anillo al dedo" para esta pacifica reflexión.
Ah! y el teléfono móvil.
Desde muchos kilómetros, y con la mayor de las rebeldías cariñosas.
Andreu Fos

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